Época:
Inicio: Año 1 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

Antecedente:
DIARIO DE A BORDO



Comentario

Unas tierras bien localizadas


Descendiendo a lo concreto de tener que señalar distancias, tierras y gentes sobre las que Colón tenía noticia, destaquemos algunas que resultaban muy significativas.

Al abandonar las Canarias e iniciar la travesía del Atlántico en el primer viaje descubridor, dijo repetidas veces a la expedición que no pensaba encontrar tierra hasta no haber recorrido 750 leguas. Esta precisión sorprende más aún a la vista del primer capítulo de las instrucciones que él, como capitán mayor de la flota, dio a los navíos: que después de haber navegado por poniente setecientas leguas sin haber encontrado tierra, no caminasen desde la media noche hasta ser de día.Estas concreciones se las debemos precisamente a su hijo Hernando Colón62. A no ser que estuviera muy seguro, la afirmación era arriesgada en grado extremo. ¿Cómo reaccionaría una tripulación si, recorrida esta distancia, fallaran estos cálculos? Y fallaron en el primer viaje, acaso porque el informante de Colón se equivocó en dar la latitud por la que debían navegar. Cualquier marinero, en unas circunstancias parecidas a ésta podía ser capaz de todo, hasta de echar por la borda a su capitán, como estuvo a punto de sufrir el Almirante al no encontrarse tierra donde había prometido.

Durante el segundo viaje se demostrará que a esa distancia se sitúa la peligrosísima zona de las Once Mil Vírgenes, zona de mar sembrada de islotes y bajíos extremadamente peligrosos si no se navegaba con sumo cuidado. En el citado segundo viaje navegará por este paraje Colón, dice el testigo doctor Chanca, como si por camino sabido e seguido viniéramos63.

En esa misma zona de las Antillas Menores o Entrada de las Indias, en la Isla de Guadalupe y también en el segundo viaje, un cristiano encontrará en una choza indígena un madero de navío que llaman los marineros quodaste, al igual que un cazuelo de hierro64.

Lugar preeminente para Colón ocupaba la Isla Española, donde el Almirante localizó el Cipango, y cuya búsqueda fue el objetivo principal de la primera navegación. La manera como se produjo esta identificación ha sido ampliamente comentada por Manzano.

El 12 de octubre de 1492, tras recorrer más de mil cien leguas, todo hacía pensar al descubridor que había dejado a un lado el Cipango, encontrándose entonces en alguna isla cercana a la tierra continental asiática o Catay. De esta manera, le encajaban las distancias que él sabía con otras dadas por Toscanelli: 750 leguas de Canarias al Cipango, que decía Colón, con lo que decía el florentino: que la separación entre el Cipango y Catay era de 1.500 millas o 375 leguas; en total, las más de mil cien leguas recorridas.

Durante las jornadas que siguen al 12 de octubre no cesará de descubrir islas e inventar nombres. El 30 de este mes llegaba a tierras cuabanas, que bautizó con el nombre de Juana; y, tras comprobar la extensión de sus costas, creyó pisar la tierra firme del Catia, a pesar de no encontrar ciudades ni riquezas propias de un imperio como el del Gran Khan. El 6 de diciembre pasaba a la costa de Haití o isla Española, separada tan sólo de Cuba 18 leguas. En principio no creía que la nueva isla fuera el Cipango. Tampoco llamaban la atención sus perspectivas auríferas. Sin embargo, los indígenas empezaban a mentar de vez en cuando el término Cibao, nombre que al oírlo el Almirante siempre se le alegraba el corazón. ¿Llamarían ellos Cibao a lo que él Cipango? A pesar del interés colombino nadie le aclaraba la duda. Todos apuntaban al este, sin precisar a cuántas jornadas de distancia y si era isla. El Almirante no entendía a los indios, repetirá insistentemente, y no sabía a qué atenerse.

El 4 de enero de 1493 abandonó el fuerte de la Navidad siguiendo la costa al este. De pronto, a no muchas leguas de allí, divisó un monte muy singular, inconfundible, al que llamará Monte Cristi65. Solitario en medio de una gran llanura litoral, pelado, semejante a un alfaneque o pabellón de campana, en palabras de Colón, o parecido a un montón de trigo como los que se formaban en las eras de Castilla durante el verano, dice Las Casas. Próximo a este monte, situado en el límite de una gran bahía, se hallaba un islote, y en el lado opuesto desembocaba un caudaloso río. Todo ello perfectamente identificable para una persona que lo hubiera visto anteriormente o a la que se lo hubieran descrito.

Que el Cipango, estaba en aquella isla y que hay mucho oro y especería y almáciga y ruybarbo, dirá en ese momento don Cristóbal con rotundidad sorprendente. Y poco después, sin haber recibido nuevas informaciones, será aún más tajante y preciso: que de allí (zona de Monte Cristi) a las minas de oro del Cibao --su Cipango-- no había veinte leguas. Todo ello como si las informaciones que bailaban en la cabeza del gran Almirante del Mar Océano acabaran de pronto de encajar. ¿Llegaba a zona conocida? Lo parece.

En efecto, no muy lejos de aquella costa, hacia el interior, quedaba la región llamada por los indígenas Cibao, rica en minas de oro y señoreada por el poderoso cacique Caonaboa (Caona = oro y boa = casa), el Señor de la Casa del Oro. La semejanza de palabras y la riqueza aurífera que rodeaba a tal región de la isla Española no hay duda que ofrecía cierto paralelismo con lo que habían escrito Marco Polo y Toscanelli sobre el Cipango asiático. Bien dispuesto como estaba siempre a tales asociaciones y sin quebrarse mucho la cabeza, Colón había hallado lo que buscaba, dirá el 9 de enero de ese mismo año. El Cipango no era una isla, como había escrito, sino una región (Cibao) de la isla llamada por él Española.

Durante el segundo viaje, después de fundar la villa de la Isabela en la costa donde Colón se figuraba que era tierra más cercana a la provincia de Cíbao, se decidió a inspeccionarla. El 16 de marzo de 1494, tras cinco días de marcha, llegaba al Cibao, y cuando calculó que ya se había alejado dieciocho leguas de la Isabela se detuvo junto a un cerro, al parecer inconfundible, cuasi poco menos que cercado de un admirable y fresquísimo río. Elegido el sitio donde había de levantarse la fortaleza de Santo Tomás, comienzan a cavar los cimientos y ante la sorpresa general, dicen Hernando, cuando llegaron a dos brazas bajo la peña, encontraron nidos de barro y paja que en vez de huevos tenían tres o cuatro piedras redondas, tan grandes como una naranja gruesa, que parecían haber sido hechas de intento para artillería, de lo que se maravillaron mucho66. Las Casas, por su cuenta, añadirá: como si hobiera pocos años que allí hobieran sido puestas67.

Volviendo al primer viaje, la fecha del 6 de enero de 1493 es altamente esclarecedora del punto que tratamos. Parece como si la rivalidad con Martín Alonso Pinzón, quien acababa de unirse de nuevo al Almirante después de una larga deserción, provocara en don Cristóbal la necesidad de demostrar quién era el que de verdad sabía cosas de la zona que recorrían. Y así destapaba lo siguiente: También diz que supo que detrás de la isla Juana, de la parte del Sur, hay otra isla grande, en que hay muy mayor cantidad de oro que en ésta, en tanto grado que cogían los pedazos mayores que habas, y en la isla Española se cogían los pedazos de oro de las minas como granos de trigo. Llamábase diz que aquella isla Yamae. Tambien diz que supo el Almirante que allí, hacia el Leste, había una isla a donde no había sino solas mujeres, y esto diz que de muchas personas lo sabía. Y que aquella isla Española, la otra isla Yamaye, estaba cerca de tierra firme, diez jornadas de canoa, que podía ser sesenta o setenta leguas, y que era la gente vestida allí68. No se olvide que durante las fechas inmediatamente anteriores repetirá varias veces que no se entiende bien con los indios. Sin embargo, ahora, habla con precisión de Jamaica, Tierra Firme, isla de las mujeres, y la distancia entre Jamaica y el Continente, añadiendo, además, la pintoresca noticia de encontrarse allí gente vestida. Y curioso debía parecer este hecho, por lo que iban viendo casi resultaba tan raro encontrar gente vestida en las nuevas tierras como desnuda en el Viejo Continente.

Parece que la zona continental a la que se refiere Colón era la zona de Paria, en la costa norte de América del Sur. Cuando la expedición colombina pise esa tierra en su tercer viaje (1498) serán recibidos apoteósicamente, cuenta Anglería. Comprueban además que cada uno traía su pañizuelo tan labrado a colores, que parecía un almaizar con uno atada la cabeza, y con otro cubrían lo demás, dice Las Casas69.

Además de islas, Colón situaba en su proyecto de descubrimiento dos tierras firmes: una que suponía más lejana, la de más allá, y que correspondería a los dominios asiáticos del Gran Khan, siguiendo en este caso a Toscanelli; y la otra tierra firme de más acá70, desconocida por todos excepto por él, a la que llamará tierra incógnita o nuevo mundo, supuestamente asiático.

Decíamos supuestamente asiático porque dudaba si era una gran península de las tierras extremo-orientales --en este caso tierra incógnita-- o quedaba separada del Continente, con lo cual formaba un mundo nuevo e ignorado por todos menos por él.

Capítulo especial merece la gran revelación hecha por Colón ese mismo día 6 de enero de 1493 sobre la isla de las mujeres, ampliada con detalles muy sugestivos en fechas siguientes. Dentro de ese soltar algo de lo que sabe entre también lo relativo a la isla de Carib, caribes o caníbales.

Va destapando que la isla de las mujeres o Matininó estaba poblada sólo por mujeres, las cuales se juntaban durante una época del año, con fines procreadores, con los hombres de Carib (poblada sólo por hombres), de modo que si parían niño envíábanlo a la isla de los hombres, y si niña dejábanla consigo. Señalaba también que los de Carib, llamados en algunas islas Caniba debe de ser gente arriscada, pues andan por todas estas islas y comen la gente que pueden haber. De Matininó sabía que era rica en labranzas, pensando visitarla con el fin de cargar vituallas y lastrar la Niña de cara al tornaviaje a Castilla (tras encallar la nao Santa María tuvo que dejar a 39 hombres en el fuerte de la navidad con abundantes mantenimientos, el 2 de enero de 1493). Al final no lo hizo y se lamentaba de ello cuando padecía aquella espantosa tormenta cerca de las Azores (14 de febrero).

Tenía también noticia de que ambas islas distaban entre sí diez o doce leguas. Y en la carta a Luis de Santánjel llegará a precisar aún que la isla de Carib es la segunda a la entrada, a de las Indias, mientras que Matininó es la primera isla, partiendo de España para las Indias, que se halla.

En lo tocante a costumbres, los caribes o caníbales, aparte de ser tenidos como muy feroces, antropófagos y grandes navegantes por sus vecinos, no son más disformes que los otros, salvo que tienen en costumbre de traer los cabellos largos como mujeres, y usan arcos y flechas de las mismas armas de cañas, con un palillo al cabo por defecto de hierro que no tienen. Y las mujeres de Matininó no usan ejercicio femenil, salvo arcos y flechas, como los sobredichos de cañas, y se arman y cobijan con planchas de cobre (launas de arambre) de que tienen mucho.

En lugar de recorrer lo que tan puntualmente sabía Colón decidió regresar a Castilla; y a poco de abandonar el Golfo de las Flechas nos dirá que aquellas islas no debían distar de donde había partido quince o veinte leguas, y creía que era al Sueste, y que los indios no le supieron señalar la derrota71.

Si el Almirante no entendía a los indios, o como mucho entendía algunas palabras, y por ellas diz que saca otras cosas; si tampoco le ayudaban gran cosa los intérpretes indígenas que llevaba, porque el habla ciguaya (Golfo de las Flechas) tenía diferencias; si dudaba de que los mismos indios ciguayos supiesen bien la derrota de las dichas islas, ¿de dónde le había llegado la información? Bien seguro y rotundo se mostraba: diz que era cierto que las había. Y por toda aclaración sabremos que el Almirante había por muchas personas noticia72.

¿A qué personas se podía referir? Los dos grandes historiadores del predescubrimiento a los que seguimos dan cada uno una respuesta, como dicho está. Para Manzano es el piloto anónimo, superviviente --sólo hasta que informa a Colón-- de una expedición, acaso portuguesa, que a su vuelta de Guinea se ve arrastrada hasta las Indias, entrando por las Antillas Menores. Se ha querido imaginar a sus componentes tomando contacto con los naturales, informándose, recorriendo la zona que se extiende desde la costa norte de América del Sur hasta Haití o Isla Española, dejando huella de su paso en esos muchachos y muchachas harto blancos, cuasi tan blancos como en España, muchos son blancos como nosotros, que se van encontrando los castellanos, según vocean cronistas y testigos y recoge ampliamente Manzano. Este mismo historiador considera cargado de sugerencia --no casual-- el nombre puesto por el descubridor a ciertos lugares: Valle del Paraíso (costa norte de la isla Española), o los jardines (Cumaná).

Cumplir su misión, adentrarse en el Océano para regresar, encontrarse con Colón, informarle y morir fue el papel de este piloto. El siguiente acto le tocaba representarlo a don Cristóbal, con derroche de tenacidad e imaginación.

Para Pérez de Tudela, la fuente informante de Colón tuvo que ser necesariamente indígena, y más concretamente mujeres, amazonas amerindias, féminas guerreras de Matininó que al huir de su tierra --se supone que forzadas por algún imprevisto de la naturaleza-- se adentraron en el Atlántico. Perdidas en el ancho mar, serían recogidas a unas 400 leguas de Canarias por algún barco que regresara de Guinea, y alguna de ellas terminaría informando a Colón.

Por una u otra vía, lo incuestionable es que don Cristóbal conocía la parte de América reseñada. Cuanto ese preconocimiento tenga de especulación razonable o fantástica en la mente colombina se verá a continuación.